Bien es sabido que en toda crisis,
por encima de lo que en buena lógica debería ser una prioritaria búsqueda de
soluciones, lo más importante es asignar culpabilidades. En esa búsqueda de
responsables nuestros iluminados políticos siempre han argumentado que ellos se
encontraron esto así y que nada se les podía achacar, por lo que decidieron señalar
con dedo acusador a esa cosa tan etérea para la gente corriente que son los
mercados. Por ello, se les ocurrió que una vez estigmatizados esos avariciosos
inversores que forman parte de eso llamado “los mercados”, el siguiente paso era
ir contra ellos y contra sus principios de inversión. Y como prohibir es algo
más propio de la oposición y además está muy mal visto en su intelectual establishment, se ha optado por una
táctica más explícita que práctica como es desincentivarles poniendo todo tipo
de trabas en forma de mayor regulación,
supervisión, y cómo no, más impuestos. Es ese último punto quizás el más
controvertido, pues una de las propuestas más activas ha sido la de elevar la fiscalidad de la inversión hasta
lo insoportable. Vamos a ver cómo será 2013 para los que quieran, mejor
dicho puedan invertir y participar de las oportunidades que ofrecen “los
mercados”.
Si se pudiera hacer un ranking de más a menos ventajosa fiscalidad, las
acciones coparían el último lugar. Se podría decir que tiene sentido pues
en el orden de prelación de los inversores, los accionistas son los últimos y
por tanto los que mayor riesgo asumen y los que menor protección tienen. Sólo
la liquidez les da una ventaja sobre el resto de activos pero al paso que vamos
ni eso será una ventaja. Si simplificamos al máximo las opciones de inversión ya
de entrada existe una clara discriminación para la renta variable. Los
bonistas, los inversores en deuda soberana o corporativa, no sufrirán los
efectos de la Tasa Tobin, cuyo objetivo,
además de puramente recaudatorio, es marginar las transacciones de un libre
mercado afectando por tanto a la liquidez de aquellos que compren o vendan
títulos de empresas cotizadas con capitalizaciones todavía por definir. Si
tomamos como referencia el caso francés, cuya criba se establece en los 1.000
millones de euros y la aplicamos a nuestro pobre y escuálido mercado, se puede
decir que vamos finos pues la negociación se concentra en no más de diez o
quince valores a los que ahora se les pondrán un poquito más difíciles las
cosas. Como si no lo tuvieran ya con la absurda,
ineficaz y evitable restricción a la operativa en cortos.
Pero eso no es suficiente y
además no es original pues su idea se gestó hace ya varias décadas. Como el
descontento social sigue creciendo había que reforzar la lucha y para ello se decide
elevar la fiscalidad de las acciones, nuevamente con agravio comparativo, para
que quede claro que se está comprometido en la lucha.
De esta manera comprar y vender acciones de una misma
compañía estará penalizado con una elevación del tipo impositivo que pasa
de un esquema progresivo con un rango definido a otro en el que se pagará el
tipo marginal del contribuyente. De esta forma, la tributación se situará como
mínimo en el 24,75% y como máximo en el 52%, es decir, se incrementa entre un
18% y un 93% la tributación de las plusvalías generadas siempre y cuando éstas
se realicen en el año natural. Así es como se lucha contra la especulación, sí
señor.
Así pues tenemos un mercado de acciones que será penalizado por
dos medidas intervencionistas creadas por políticos de nuevo cuño
intelectual y progre, da igual su afiliación, como son prohibir y recaudar. Añadiendo por si no fuera suficiente,
un agravio comparativo con la renta fija donde no hay tasas ni prohibiciones
pese a ser un mercado igualmente volátil, con mucho más volumen y de igual o
mayor especulación.
De esta manera nuestros políticos
creen que atacan al especulador pues le prohíben ponerse corto, le incrementan
las comisiones con una mordida en forma de tasa y le hacen pagar más impuestos.
Uno no sabe si son ilusos o ignorantes. La esencia de esas medidas no solo
afecta a un mercado en esencia libre sino que además afecta a un perfil de inversor que se ubica en la clase media, con
capacidad de ahorro que además contribuye a formar el entramado de accionistas
tan necesario para que el mercado bursátil tenga sentido. La venda no les
permite ver que los especuladores operan con vehículos fuera de su radar, pues
lo hacen a través de sociedades primadas fiscalmente si se comparan con el
inversor corriente a las que, vaya por Dios, no se les ha ocurrido mirar de
inicio. Por cierto, algunos de estos especuladores son los mismos a los que
incentivan para que repatríen capitales con una amnistía fiscal, medida otra
vez ridícula.
Ah, y pobre de este inversor como
sea catalán pues la tributación de sus plusvalías se elevará en más del 100%.
Porque aquí la cosa sí que tiene guasa ya que estamos en la segunda región del
mundo por detrás de Suecia con mayor presión fiscal a las rentas del trabajo.
Pobres los que hereden carteras de valores, pues pagarán sucesiones. Y que no
sean altos patrimonios, pues pagarán otro impuesto Mas. Esto es como lo del coche que te toca en un sorteo, que lejos
de hacer un favor acaba por hundir el presupuesto familiar cuando se descubren
los impuestos y la falta de liquidez que conlleva. Es que ni sentarse a tomar
una Coca Cola y ver las cotizaciones en una pantalla en plan miranda, ya que
eso también tendrá ahora un mayor coste pues esa bebida se pagará más cara que
en otras comunidades por los impuestos que sufre.
Estos días que tanto se analiza
el debate del precipicio fiscal americano, cuya referencia tampoco es demasiado
válida pues lo que subyace detrás de las negociaciones es otra vez un interés
partidista y electoral, no puedo evitar pensar la falta de responsabilidad que
hay en este país en torno a la toma de decisiones y al hecho de que cada una de
estas medidas siguen escondiendo lo realmente importante, lo mal construida que
está España.
Feliz 2013 (pese a los impuestos)
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