jueves, 23 de mayo de 2013

La reputación perdida de nuestras 'small caps'

Aunque muchas veces sea un eufemismo comparar la evolución de compañías de mediana y baja capitalización frente a las de alta, tenía la sensación de que el año estaba siendo muy malo en términos de evolución relativa para las primeras. Mi sorpresa ha sido que el gráfico de los índices que las representan mostraba a día de ayer una situación totalmente diferente.




¿Por qué creía que se estaba dando esa peor evolución? Por la tremenda crisis de confianza que se ha desatado en estas compañías dados los notorios ejemplos a los que estamos asistiendo en 2013, y que son la culminación de un período de cinco años nada buenos, sobre todo para las compañías de segmento pequeño.


Todos tenemos en mente lo ocurrido con Pescanova, yo el primero. Nunca en mi carrera he cometido un error de bulto tan grande como defender públicamente a una compañía que no lo merecía (Ver mi blog del 7 de marzo) y hacerlo con una venda en los ojos sin darme cuenta. Aun estando engañado como todos, no he puesto ni una sola excusa a mi error cuando el escándalo se destapó en toda su crudeza. Como se dice vulgarmente, la cagué. Confié en el análisis de unos números manipulados y fraudulentos, defendiendo sin darme cuenta a unos gestores mentirosos que además, si se demuestra que han sido culpables de las acusaciones, son posibles delincuentes.

Codere, a pesar de no ser un caso para nada comparable con Pescanova, también está en el disparadero por la posibilidad de incumplir sus obligaciones de pago e incurrir en un default. Como Prisa, que se encuentra en el penúltimo escalón de su desastre final, crónica de una muerte anunciada (recomiendo mi post Prisa, el dragón moribundo del 6 de diciembre de 2012), pues será el siguiente en una lista fúnebre de malos pagadores que por supuesto sigue capitaneada por tantas y tantas inmobiliarias exponentes de uno de los mayores fracasos bursátiles que yo recuerdo como fue el experimento de crear vehículos de inversión cotizados que doblaban el riesgo y encima estaban mal gestionados.

La lista incorpora compañías con muchas historias detrás, e insisto que no comparables todas entre sí pues cada una tiene su particular historia, como son los de La Seda, Sos (ahora Deoleo), Bankia… Hay muchos ejemplos más que me guardo para no herir susceptibilidades. Empresas que persistentemente desprecian a sus accionistas así como a posibles inversores cuando no les quieren ni recibir, inflan sus previsiones o simplemente dibujan escenarios imposibles nunca alcanzados. Y no son pocas.

Seguramente más de uno está pensando que gran parte de lo que digo es aplicable a compañías de más elevada capitalización y teórica mejor reputación. En eso cada cual que sea libre de opinar, personalmente no entro en ese debate. Hoy escribo del mal que están causando estas empresas en una cuestión importante y capital como es el tema reputacional, que forma parte del equity story de cada una.

Como gestor y analista que soy, me gusta ponerme en la suerte de colegas de profesión de otras nacionalidades. Intentar averiguar qué pasa por su cabeza cuando se plantean invertir en este mercadillo que es hoy España, donde se vende todo y de todo. No hay que darle mucha literatura a esto, simplemente echa para atrás.

Insisto en asumir por un momento el rol de ese gestor o potencial inversor. Desde fuera lo que se observa es que en este país hay compañías cotizadas sujetas a auditorias y vigiladas por un regulador, que a pesar de todo mienten y engañan a sus accionistas. Empresas familiares que son gestionadas como quien tiene un cortijo. Otras, que dentro de la legalidad funcionan al margen de la ética y fuera de la responsabilidad que confiere estar cotizado. Sí, porque aunque parezca mentira hay muchas a las que no les gusta dar información porque ello supone compartirla con la competencia o simplemente retratarse. Los que como yo conozcan el mercado español sabrán rápidamente identificar algunos ejemplos notorios.

Hay muchas excepciones, por supuesto. Faltaría más que el señor de Sousa fuese el prototipo de gestor de nuestro tejido empresarial  cotizado. Nada más lejos de la realidad. Pero la vida es así de injusta, o no, y cuando los casos similares se reproducen en lo malo, se tiene a generalizar acarreando dolorosas injusticias. No hace falta que sean todas o muchas, con que haya excepcionalidad ya basta.

No sólo hablamos de compañías que intentan vender su producto sino también de las que abrir su accionariado. Cómo convencer a un gestor para que invierta en sus acciones cuando la generalización está ahí. Ya no es el hecho de que las cuentas estén correctamente auditadas, es que unos pocos han provocado una falta de credibilidad tremenda a la gran mayoría. Y eso cuesta corregirlo.

La otra cara de la moneda por tanto, son aquellas empresas que se están viendo golpeadas por este daño reputacional. Hay muchas y buenas compañías cotizadas que dedican un importante esfuerzo de comunicación, que llevan mucho trabajo detrás por hacerse escuchar, por llegar a todos los inversores da igual su perfil, que se ven machacadas por el mal creado. Lo he dicho muchas veces y lo repito una vez más, el daño causado por Pescanova no se está ponderando correctamente pues ha salpicado dolorosamente a muchas buenas empresas de nuestro mercado. Vivimos un momento crítico en el que nuestras compañías se ven expulsadas u obligadas a salir fuera de nuestras fronteras, y ese riesgo reputacional en el que insisto, muchas lo acaban arrastrando.

Se imaginan que después del coste y del enorme esfuerzo que supone vender un producto fuera y abrirse a nuevos mercados en las que muchas empresas son completamente desconocidas, después de toda esa lucha, todavía les quede tener que convencer a los inversores, bancos o bonistas de que “no, nosotros no somos Pescanova”… Yo sí. Ahora es fácil pedir más auditorias, más regulación en forma de mayor y mejor control en las cuentas, pero lo cierto es que corregir todo ese mal va a suponer un doloroso y costoso esfuerzo a nuestras compañías. Y la gran mayoría no lo merecen.

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