Ayer domingo tuvo lugar en Suiza uno de esos ejercicios vicios que genera la democracia, como son los referendum, convocados con cierta frecuencia, siempre a petición popular, con motivo de pretender ser una expresión de opinión sobre un debate de interés, digamos nacional. La cuestión es que se sometió a votación popular la regla 1:12, por la cual se pretende que ningún directivo gane más de 12 veces lo que en promedio es el coste de un empleado, se sobre entiende de la misma empresa. Felizmente la expresión del voto rechazó la propuesta aunque eso no evitó la difusión interesada y sesgada del debate, por parte de los medios más afincados en una supuesta defensa de la libertad.
Este tema, ya ha sido desarrollado desde distintos ángulos en este período de crisis económica, financiera y moral, este último término lo añado siempre yo, que atraviesaEuropa y cuya resolución está lejos de ser una realidad (al menos en dos de los tres disciplinas citadas). La conclusión a la que llego es siempre la misma, el debate no puede ser más falaz, populista y vacuo.
De entrada las empresas no son de los reguladores, ni de los políticos, y por supuesto gracias a Dios, de los sindicatos. Son de los accionistas. Sea uno o sean millones. Si es uno con más razón pues esa figura es la del empresario, el mismo que en algún momento en el uso de sus libertades arriesga su patrimonio y su capital por crear algo de la nada. Si son millones también es legítimo pues son muchas opiniones y por tanto votos, que ejercen el control y manifiestan su premio o castigo sobre la gestión de los directivos y empleados.
Así pues establecer cortapisas a las remuneraciones en las empresas de capital privado, me da igual la figura jurídica que adopten, no es más que una injerencia amoral en las decisiones privadas y una intromisión brutal y desfachatada en el ejercicio de la libertad económica.
Admito el debate en las empresas públicas, pues su monstruosa presencia y tamaño son causa activa de la crisis europea. Estas empresas existen gracias a la herencia de años de socialismo y recorte de libertades. ¿Qué mayor recorte a la libertad empresarial si no es el decirle a un empresario lo que debe distribuir como renta salarial? ¿Acaso eso no es un síntoma de la anhelada tabla rasa de falsa igualdad que promueve la izquierda más recalcitrante europea? Sí, la misma que pretende acabar con las desigualdades haciendo que todos seamos iguales, y como la historia demuestra, más en lo malo que en lo bueno. No hay nada más igualitario que evitar la desigualdad entre el usuario de un Ferrari y el de un vehículo de la gama más baja posible, imponiendo la obligación de que nadie tenga coche o que todos usen el mismo modelo (todos nos acordamos del modelo Lada).
Eso es lo que se busca con medidas tan absurdas como la igualdad de salarios.
Ellos lo llaman “acortar la brecha social”. El populista Daniel Häni, que ni siquiera pertenece a la rama económica sino al cine (no sorprende, verdad?), pretende que los sueldos en Suiza sean universales, de tal manera que todos cobren lo mismo (1.800 euros). Implantar el ultrasocialismo, vamos. La propuesta sometida a referéndum en Suizabusca limitar los salarios de tal forma que en un mes, un alto ejecutivo no cobre lo que un empleado medio en el año. Esa es la original propuesta para conseguir que todos, con independencia del tiempo que le dediquen, el esfuerzo, los riesgos en la toma de decisiones, la cualificación, la experiencia, el conocimiento, etc, tengan el mismo premio.
El premio es doble. De un lado conseguirían desincentivar al crecimiento profesional con la famosa teoría socialista (muy española), de “para que me voy a esforzar si voy a cobrar lo mismo”. De otro lado, provocaría una fuga de talento sin precedente en un país que, pese a lo que cree la gente, no es sólo banca. Los servicios financieros son la tercera contribución al PIB, muy por debajo de industrias manufactureras y de servicios, donde hay talento en la dirección y cualificación en una mano de obra, generosamente pagada.
Sólo la trasnochada mentalidad socialista en su obsesión por hacer que el rebaño sea más controlable puede promover algo tan absurdo como igualar los salarios. Como si el mal llamado estado del bienestar dependiese de que un peón de fábrica cobrase lo mismo que un directivo con seis idiomas, una rica formación, experiencia y conocimiento.
Por cierto, los países con teóricas mayores desigualdades laborales son los que gozan de un mayor estado del bienestar, calidad de vida e igualdad entre sexos y razas. La brecha salarial en el Ibex es de 90 veces mientras que en Suiza puede alcanzar hasta las 200. Comparen cualquier indicador económico, laboral o de vida, el que sea, entre ambos países y entenderemos de qué estamos hablando.
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