No han sido pocas las ocasiones
en las que, en este blog he manifestado mi opinión sobre la televisión, la
pública y la privada. Conozco el medio, el sector y lo he valorado durante más
de una década, por lo que a grandes rasgos puedo decir sin complejos que tengo
una opinión más o menos solvente sobre el mismo. Es igualmente cierto que veo
muy poco la televisión, algo que más de una vez me han echado en cara pues
todavía muchos creen que para opinar sobre la televisión hace falta conocer en
detalle la programación. Un error común pero que es admisible.
El caso es que viendo muy poco la
televisión, de rebote el sábado me enganché a una tertulia que ofrecía Mediaset
España en un programa llamado El Gran Debate. El gancho fue la
siempre solvente opinión de Daniel Lacalle, quien por sus ideas y su
pensamiento no terminaba yo de encuadrar en el programa en cuestión. Eso,
además de picar mi curiosidad, me permitió a la vez escuchar las grotescas
opiniones de algunos invitados a los que no pretendo enjuiciar sino simplemente
valorar algunas cosas de las que dijeron.
No soy de los que reabren los
debates televisivos a posteriori pues opinar sobre las reflexiones que se
vierten durante una emisión concede una injusta ventaja al espectador ya que el
que las emite pierde el turno de defensa y de réplica. Pero en ocasiones me
salto esa norma cuando más allá de una opinión o de una frase dicha en un contexto,
lo que busco es valorar el mensaje y no tanto la persona.
Previo al debate estuve
escuchando atentamente a Miguel Ángel Revilla, al que por cierto nunca
le había escuchado más de 30 segundos. Siempre pensé que era un personaje
pintoresco, peculiar, y sobre todo, original. Igualmente, sabía de pasada que
era un hombre acostumbrado a proponer ideas populistas y simples, de esas que
llegan a los votantes y paisanos más por el verbo que por la credibilidad de
las mismas.
Durante su intervención le oí dar
algunas de sus “recetas” para salir de la crisis así como su lectura acerca de
ciertos temas candentes de plena actualidad, sobre los que dí mi opinión en una
red social recibiendo por ello respuestas de todo tipo. Tengo que decir que
muchas de ellas injustas pues todavía hay gente que incomprensiblemente asocia
una critica sobre un comentario a la realidad de la comunidad autónoma de
procedencia y hasta su cultura. Eso es muy español. Al menos yo no lo he
visto en ninguna parte del mundo más que en España.
El caso es que habló de todo. Se
posicionó del lado de los poseedores de preferentes, de los hipotecados,
tanto en lo relativo a los desahucios como de las cláusulas suelo,
y lo hizo enfoncando el tema desde la vertiente más lacrimógena pues es lo más
rentable a la hora de ganar adeptos. Desde hace muchísimo tiempo vengo
defendiendo que los casos relativos a la banca tienen que examinarse uno a uno,
de la misma manera que hacer populismo cargando contra la seguridad jurídica de
un sistema en el que se confiaba ciegamente hasta hace unos años, es muy
peligroso porque nos coloca a una altura de países que nos arrebatan la
condición de desarrollados.
Hay gente a la que le basta con
levantar la voz, señalar con el dedo y decir “culpables” y además cargar las
tintas contra los que pensamos que no todo es blanco o negro. Repito lo que he
dicho doscientas veces, aunque no serán suficientes, en las relaciones con
la banca culpables hay en los dos lados. Los estafados, que los hay a miles
y espero que la justicia les dé la razón, y los que sabían, intuían o deberían
saber lo que estaban comprando.
También habló de la burbuja de
las renovables con una ligereza terrorífica lo cual me hizo ver que lo
hacía desde una incomprensible ignorancia. Eso por cierto sirvió para que un
usuario de una red dijese que mi opinión “denotaba poca ética y moral humana”.
Como suena. Después de una gestión desastrosa de los fondos públicos, de
regalar subvenciones y de prometer rentabilidades eternas, hay gente que
todavía no entiende que el error está en el desarrollo político del modelo no
en la energía en sí o en las empresas, pues entre los afectados están las
compañías afectadas por un cambiante marco regulatorio.
Revilla tuvo más momentos
gloriosos. Como cuando habló de las pensiones obviando que la cruda
realidad es el tremendo agujero que tenemos por delante y que su concepción
actual es insostenible por cuestiones coyunturales, sobre todo por el paro,
pero también demográficas, estructurales y por un deficiente diseño en el que
los dos principales partidos han tenido una grandísima dosis de
responsabilidad. Él, que ha sido y se seguirá considerando político, debería
saberlo mejor que nadie.
No discuto la valía humana del
señor Revilla, ya que parece que es una persona cercana y humilde, pero
dio un curso de populismo barato impagable. Por lo visto lo da todos los
sábados y hasta parece que lo tiene todo plasmado en un libro, que recoge las
directrices maestras para sacarnos a todos de la crisis y que por supuesto
leeré con interés en cuanto tenga ocasión. Por cierto, siendo político tiene
delito no haberlas seguido, pero como no lo he leído el libro no juzgo su obra.
Pero la noche no acabó ahí. El
momento álgido para mí estuvo en el debate posterior. De un lado dos voces
serias, la de un periodista que habló con bastante coherencia y sentido común y
la de Daniel Lacalle, al que no tengo que hacerle ninguna propaganda
pues es posiblemente la voz del momento y quien de alguna forma encarna a los
que tenemos una opinión crítica con la distorsionada realidad.
Evasión fiscal o elusión del
pago de impuestos.
Del otro lado Javier Sardá,
Pilar Rahola y Jorge Vestringe. Sardá no es ninguna
autoridad para hablar de economía así que apenas ni le presté atención. Vestringe
puede pensar diferente pero es una opinión formada y válida, por lo que merece
todo el respeto aunque discrepe. Lo de la señora Rahola fue de traca.
Hablando sobre la fiscalidad de los futbolistas, salió con que “en este país
se mueve el equivalente a una vez el PIB en paraísos fiscales” (ver www.observatoriorsc.org), defendió
esa vieja soflama de que “paguen los que más tienen”, y aludió a topicazos como
que el deportista tiene que pagar por ser lo que es y hacer lo que hace, ya
saben a qué me refiero. Un compendio de disparates de lo más completo.
En España el fraude fiscal
supone, según quien lo mida y cómo lo considere, entre el 6% (ver www.ces.es) y el 25% del PIB. La
diferencia entre uno y otro dato es sensible aunque la tomaré como referencia.
Lo importante es entender que esos porcentajes mencionan algo ilegal lo cual no
tiene nada que ver con que empresas españolas tengan activos o inversiones en
paraísos fiscales o centros de baja tributación fiscal. Dicho así se hace
populismo haciendo creer a la opinión pública que existe una teórica evasión
fiscal equivalente a un billón de euros, lo cual es una chorrada mayúscula pues
los impuestos incorporados a la cuenta de resultados de esas empresas recogen
tanto lo que se genera por la actividad, evitando la doble imposición, como por
lo que se incorpora al balance. Por tanto, no se evade sino que se elude, dos
conceptos totalmente diferentes pues eludir impuestos siguiendo la legalidad no
tienen que ver con una falta de patriotismo y es algo que hasta ella misma
habrá buscado en el momento de cumplir con su obligación fiscal. Pues esa idea
la defendió hasta tres veces.
La política de ir contra el
que más genera.
Rahola, como política que
fue además de otras actividades económicas que pueda desarrollar, sabrá lo que
es tener una nómina generosa que le acerca a la “élite fiscal”, es decir,
aquellos que cobran más de 60.000 euros (¿?). No me creo que ella sea mielurista
como tampoco pretendo ser tan presuntuoso de juzgarla por lo que gana. Pero
cargar de esa manera contra los que más salario perciben significa defender una
barrera de entrada para los que arriesgan su capital, los generadores de
inversión, los que ponen su patrimonio en proyectos empresariales y crean
empleo. Que nadie se engañe, aquí se trata de ganar dinero y en la medida de lo
posible mucho dinero. Pero como lo desea el propietario de una modesta tienda
de zapatos. En el fútbol, como en la empresa, los sueldazos que puedan pagar
las entidades a sus ejecutivos y empleados, suponen asumir condiciones de
mercado que nos pueden parecer exageradas pero que en el ámbito privado son las
que son pues se pactan entre agentes que participan en la generación de
riqueza.
El mensaje se equivoca. No se
trata de defender sistemas que les hagan pagar menos o de crear nuevos para que
paguen más. Se trata de que paguen lo mismo que los demás, exactamente lo
que les corresponde no lo que el deseo popular querría que pagasen. En el
programa esta señora dijo “que le parecía injusto que pagara el mismo tipo
impositivo uno que gana 30.000 euros que quien gana tres millones de euros”.
Claro, pero sobre un sueldo de cien veces superior también se paga, al mismo
tipo, cien veces más impuestos porque así lo establece nuestra constitución
entre otras cosas al defender en sus principios la universalidad, la igualdad
de los ciudadanos y la no confiscación de la Ley.
Este artículo fue publicado en El Confidencial el 20 de junio de 2013.
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