jueves, 24 de enero de 2013

La basura de las televisiones


Yo veo muy poco la televisión, por no decir prácticamente nada. El conjunto de los españoles mucho, tanto como algo más de cuatro horas al día. Exactamente, 246 minutos de media diaria durante 2012, que suponen el máximo histórico de consumo televisivo. Ese elevadísimo minutaje, más propio de países con peor escala social y cultural, quizás se justifique en la creencia de que la televisión es una alternativa real de ocio, o peor aún, una fuente de aprendizaje e información. Hay que reconocer que hay espacios verdaderamente educativos o de difusión cultural, si bien están convenientemente marginados en horarios y en canales de baja audiencia, porque para los políticos el saber sí ocupa lugar.

Tampoco me las voy a dar de pureta cultural o de new progre, eso se lo dejo a los que con una mano sujetan la pancarta y ponen la otra para cobrar. Reconozco que en ocasiones mis necesidades de desconexión me provocan una enganchada temporal a cualquier absurda serie documental sobre agentes de aduanas, buscadores de tesoros en fangosos pantanos o voraces devoradores de hamburguesas de kilo. En ocasiones, incluso he llegado a ver algún episodio de serie clase zeta, de las que acaban haciendo creer a un don nadie que es un actor de verdad.

Yo veo la televisión, no lo niego. Al menos, el tiempo justo para entender que mi familia, el ejercicio físico o un libro son siempre mejor alternativa al poder hipnotizador de la televisión. Mi escaso consumo se centra en el cine, si es sin publicidad, algún informativo y en el deporte, fútbol si merece la pena, algo de basket, rugby y a ser posible entre amigos.

La deformación profesional de conocer bien el sector de medios de comunicación me hizo entender hace muchos años que es un opio adormecedor de mentes. La televisión no es una fuente de información. Para nada. Es un mero medio de inserción publicitaria, una plataforma de inducción al consumo que sin anuncios dista mucho de ser rentable, siendo por tanto este elemento, el consumo, el que justifica su existencia y no los espectadores. Qué engañados están si así lo creen. A ver si se creen que Maria Teresa Campos y familia iban a estar tantos años colocadas tan bien como están si no fuera por el martilleo publicitario.

Cuento todo esto después de descubrir estupefacto que el evento informativo de estos últimos días ha sido la ciclogénesis explosiva. Ni la presunta y espectacular corrupción destapada en el partido que con mayoría absoluta gobierna este bendito país. Ni el nuevo formato de terrorismo acontecido en Argelia, cuyas consecuencias son impredecibles. Y qué decir de algún posible evento científico o cultural de magnitud, que tampoco sé si se ha producido porque ninguna cadena se ha hecho eco de ello. El mal tiempo ha copado un podio secundado por el nacimiento de un niño fruto del amor de un futbolista y una cantante y el flequillo de la primera dama. Pero de la corrupción poco o muy poco.

Un medio nacional privado cotizado en bolsa, de las siempre sospechosas cadenas públicas sobra hacer comentarios, dedicó el sábado pasado 19 minutos a cubrir los efectos devastadores del viento y la lluvia. Apenas dedicó dos o tres minutos a relatar, no digo ya a mostrar los resultados de una investigación, una posible y escandalosa trama de corrupción del partido en el poder de las que luego da pie a que diarios, como el Financial Times, pongan en portada las verdades del barquero y saquen los colores a este país glotón de deuda con una indigestión que seguramente sea perpetua. Un telediario, por cierto, financiado con publicidad antes, durante y después de su emisión.

Yo no sé de verdad qué tiene el tiempo que a todos los editores de informativos fascina. Si nieva hay que mandar un enviado a congelarse para demostrar que la nieve existe, que no es un mito. Si hace calor hay que entrevistar a los turistas que erróneamente piensan que el sol calienta aquí igual que en sus nórdicas latitudes. Si llueve mucho hay que contrastar las últimas crecidas, y si no llueve, lo mismo pero desde cuándo no lo hace. Lo mejor de todo es que tras fusilar el tiempo informativo con reportajes gráficos se acaba siempre dando paso a la predicción meteorológica.

Los telediarios no son una fuente de información. La mayoría son un teletipo visual y narrado de noticias qu, en contadas ocasiones generan un verdadero interés informativo que concite toda la atención.

Qué le habrá dado Chávez a una cadena nacional para estar constantemente en emisión, día y noche. Si en la televisión venezolana se cita algo relativo a España muy posiblemente será por algo relativo al fútbol. Vale, no es una cuestión de reciprocidad, pero sí de interés. Hay que rellenar y justificar sueldos de tantos y tantos enviados especiales, que algunos ya parecen réplicas del noviazgo de Richard Attenborough con la BBC. Cómo será la cosa que la prima de riesgo se retransmite en directo y es recorrido obligado en las aperturas y cierres de sesión.

La televisión pierde dinero y rentabilidad desde siempre. La pública me refiero. Sin subvenciones, fondos estatales generados a través de impuestos o caprichosos cambios regulatorios, simplemente es injustificable su existencia. Luego sale el sindicalista de turno diciendo que la razón de ser de la televisión es garantizar un contenido de calidad que cumpla con una función de verdadero servicio público. Pero ese mismo elemento agitador de carnet falso de lo que no habla es de la tergiversación que tienen los telediarios, los debates, los desayunos mañaneros repletos de contertulios expertos, y bien pagados, en todas las materias habidas y por haber, que en algunos casos convierten el programa en un concurso de gritos candidatos al zapping de la semana.

La televisión privada no le va a la zaga. Los ingresos publicitarios llevan moviéndose a la baja desde el pico de ciclo alcanzado en 2007, cuando se generaron casi 3.500 millones de euros en publicidad. La foto del sector está hoy muy distorsionada, es cierto, por la desaparición de la publicidad en TVE y por las fusiones, pero la realidad dice que dejando de lado las públicas, los ingresos han caído del orden del 30% en cinco años. Si tomamos la expectativa para este año podría rondar el 40%. La destrucción de márgenes es bestial, pues la cadena más rentable ha pasado de márgenes medios del 44% en su época más dulce, al pírrico 11% que muy posiblemente alcance en 2012, y que difícilmente pasarán del 20% a medio plazo cuando se pueda hablar de normalización en la publicidad. Sus modelos han pasado de ser generadores espectaculares de caja, manteniendo llena su tesorería, a ser deficitarios y subsistir gracias, como no, a la deuda.

La digitalización del sector cambiará el medio, nos contaron. Hoy, la supuesta interactividad es nula. ¿Quién compra a través de la televisión o la utiliza como plataforma bancaria? Nadie. La difusión de contenidos de pago es testimonial, pues sin el fútbol no hay oferta. A este país se le pueden quitar los toros, pero el fútbol... Ni los nacionalistas se atreven con ello ¿Y la supuesta mayor calidad de la señal? Bueno, bueno, qué les voy a contar. ¿Quién no se desespera por la pobre calidad de la imagen y por la mala recepción de señal de la TDT? Se ocupa ancho de banda para emitir un porrón de canales infumables de los cuales la mitad no se ven, o se ven mal. Y no hablemos un día de ciclogénesis explosiva, ese día los telespectadores se quedan sin su dosis diaria de cuatro horas. Y por si fuera poco, ahora encima el modelo del Gobierno propone cambiar la frecuencia para dar más ancho a los operadores móviles desplazando a las televisiones de su banda de emisión a otra peor -el dividendo digital- cuyo coste de reantenización adivinen quién va a sufragar. Exacto. Y queda por ver el berenjenal en el que les metió el Gobierno zapateril con el regalo del multiplex a las cadenas, ahora revocado por el Supremo, que dice que tiene que haber concurso. A ver quién lo paga cuando vino llovido del cielo.

Pero no pasa nada. Al final todos coincidimos. La televisión es aburrida, corrupta en sus ideales y en muchos casos denigrante, pero en este país todos la ven, y cada vez más. Acuérdense de eso cuando en los minutos de autopromoción repitan palabras como “nuestra información es plural, independiente, veraz o sincera”. Y si no, siempre tendrán al tiempo y sus inclemencias como fuente inagotable de relleno.

Publicado en Cotizalia el 24 de enero de 2013

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