En
el año 2009, cuando las cosas empezaban a ir mal pero ni por remoto asomo
nadie, incluido yo, pronosticaba lo que realmente ocurriría hasta hoy, empecé a
tener la sospecha de que uno de los elementos sacramentales del prototipo
estándar de inversor nacional, corría el riesgo de venirse abajo. Estoy
hablando del dividendo.
En
España se le tiene un respeto sacramental a eso de repartir las ganancias, lo cual dicho así puede sonar al
plan de reparto del botín tras un atraco precisamente a un banco, y lo digo sin
segundas. A mi personalmente los dividendos no me satisfacen de manera
particular pues comparto la idea que Miller&Modigliani defendían al afirmar
que el dividendo ni destruye ni crea valor, más bien genera indiferencia.
Siempre
he creído que la preferencia de las empresas debería ser su propio negocio
porque eso es lo que realmente crea valor, de tal manera que la acumulación de
reservas facilita disponer de fondos para crecer cuando haya oportunidades y
éstas ofrezcan rentabilidad superior a nuestro coste del capital.
¿Es
por ello malo del dividendo?
No
necesariamente, pero en mi opinión, creo que la reinversión de beneficios se
aproxima más al concepto de retorno ideal para un accionista que el mero
reparto de la caja, que es a lo que se está acostumbrado. Igualmente, muchos
inversores todavía no entienden muy bien que el dividendo se paga realmente con
la disponibilidad de efectivo y no tanto con la generación de beneficio, algo
que sí es más cierto en el medio y largo plazo pues es lo que lo sostiene.
Comprenderán que con visiones tan cortoplacistas como las actuales, hablar de
sostenibilidad es complicado.
Linde
“recomienda” rebajar el pay-out al 25%.
La
propuesta no vinculante dada desde el Banco de España, como lo fue la de
no extra tipar los depósitos allá por enero, encierra un mensaje que se puede
interpretar de muchas maneras. Para mí sólo de una: “queridos bancos, antes de
que sigan incumpliendo objetivos y con la amenaza permanente de las
ampliaciones de capital sobre sus cabezas, es preferible que dejen de abonar
dividendos aunque éstos sean en cromos y se centren en reforzar orgánicamente
sus fondos propios”.
En
esa iba mi reflexión hace cuatro años cuando veía que la carrera de la
morosidad no era un sprint sino que era de fondo y estaba encaminada a batir
registros, cosa que todavía hoy pienso. Santander por ejemplo ha
mantenido su dividendo en los últimos cuatro años mientras que su beneficio se
ha reducido un 75% desde su máximo histórico en 2007 período en el que ha
incrementado su base accionarial en un 65%, con la consiguiente dilución al
accionista. Eso para que digan luego dicen que los bancos están “tirados” de
precio.
¿Deberían
por tanto rebajar sus ratios de dividendo sobre beneficio?
Indudablemente
sí. Desde la circular del Banco de España en relación a la remuneración del
pasivo, el efecto de rebajar el coste está repercutiendo notoriamente en su
margen de intereses. Según un informe de Citi Research, la ganancia de
márgenes en nuevo negocio podría haberse incrementado entre 100 y 120 puntos
básicos, proporción similar de recorte a la que se está viendo en el coste del
pasivo. Si los bancos, sobre todo las cajas, no hubieran estado preocupados por
defender sus cuotas con una absurda guerra de pasivo, estaríamos hablando de
otros márgenes este año sin duda alguna.
Eso
mismo ocurriría con un movimiento similar en los dividendos. El efecto sobre la
acción es evidente que sería traumático, pues no olvidemos lo castigadas que ya
están, pero necesario. Lo mismo habría ocurrido hace cuatro o cinco años si en
un movimiento conjunto la banca hubiera apoyado esa idea.
Durao
barroso ya pidió suprimir el dividendo en octubre de 2011, y el FMI lo reclama
desde hace tiempo como parte del proceso de reestructuración bancaria.
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