Siguiendo el árbol cronológico del reinado godo, se aprecian distintas etapas que alternaron la dinastía durante los tres siglos en los que se estableció su dominio sobre la entonces conocida como Iberia -Hispania es un término acuñado por los romanos posteriormente- hasta que en el año 711 Don Rodrigo rindió España a los musulmanes tras la humillante derrota de sus ejércitos en la batalla de Guadalete. Así, el reino arriano sucedió al tolosano y posterior a éste le sucedió el visigodo-católico cerrando así el dominio godo en la península.
No, no me he vuelto loco. Sigo siendo plenamente consciente del tiempo en el que vivimos y de que este blog busca desarrollar ideas sobre economía y mercados. Lo que ocurre es que después de asistir atónito a la última sucesión de escándalos y corruptelas, repentinamente vino a mi cabeza ese paralelismo existente entre godos, nunca bien avenidos y siempre enfrentados entre sí, y la estirpe de políticos corruptos que desde que España tiene democracia, y bien hallada la hora en la que llegó, asola inmisericorde este puñetero país.
Nuestra democracia ha ido alternando en su joven existencia dos partidos en el poder. Es como si España se rebalancease hacia un lado u otro en función de la necesidad de cambio para volver necesariamente al origen, pues este país tiene la convicción que tiene y nadie se la cambiará por mucho tiempo que pase. A buen entendedor pocas palabras. Lo que muchos españoles tenemos claro es la existencia de un común denominador en todas las etapas habidas de la democracia como es la corrupción, manifestada en su forma más galopante justo cuando peor vienen dadas.
Lo de Bárcenas con sus pagas y sobresueldos es la gota que desborda el vaso, sin que ni mucho menos sea la última que caiga. Mientras los titulares de los periódicos se sucedían, aparecían pruebas documentales, testimonios y demás vestigios de lo corrupto, me ponía en la piel de un inversor extranjero -pues hasta que me quiten la nacionalidad yo seguiré siendo un inversor español y ese análisis no viene al caso- preguntándome qué podría pensar de nuestro país a la vista de los acontecimientos. Cómo será la imagen de la corrupción vista desde el exterior.
El año pasado los inversores castigaron con dureza la deuda española, no siendo éste por cierto el único activo penalizado, pues la renta variable, la deuda privada, los activos inmobiliarios, los activos fijos de las empresas, la energía, en definitiva,cualquier tipo de activo susceptible de inversión sufrió por solidaridad necesaria un castigo similar o peor. Sin embargo, desde que el mago Draghi desde su atalaya del BCE, adormeciera a los mercados con sus encantos y participase de ese experimento monetario de final abierto en el que se encuentran sumidos los grandes bancos centrales, parecía que las cosas cambiaban.
Esa fue la excusa por la que se abrió una ventana de liquidez en enero y las subastas de deuda pública y privada, que ya venían en suave progresión, amplificasen el eco en su llamada y notasen afluencia de dinero exterior. El inversor extranjero vuelve a España, titulaban muchos periódicos. Éxito de la colocación del Tesoro con una gran demanda foránea, decían otros. Siguiendo en la piel de ese inversor y tras repasar los titulares, me siento y dedico cinco minutos a pensar en alto.
Los alcistas, mayores especuladores que los bajistas sin lugar a dudas, montaban sus puestos y el mercadillo empezaba a funcionar.
Los bolseros del comienzo de ese imaginario mercadillo gritaban “compren, compren España, tengo bancos buenos, bonitos y baratos, eléctricas de saldo, compren, compren. Vean que constructoras, me las quitan de la mano, compren…”.
En el siguiente pasillo estaban los inmobiliarios “mira niña, que promoción más fantástica, no es “Guchi” es Sareb, lo mejor de lo mejor, dime qué quieres guapa, costa, ciudad, extrarradio, tengo unos kilos de piso del Pocero que se me caen de baratos porque no me han costado ná”.
Y al final estaban los mejores, los puestos de la deuda. Esos sí que gritaban y se desgañitaban. Ahí estaban los –ficticios- Guindillos y los Montorilos “deuda, deuda, tengo montones de deuda, deuda soberana, del Estado, de la Renfe, hasta la que hacen los famosos en la tele, tengo deuda del Frob, de Valencia, de Madrid. Mira bonita, si me compras dos te regalo deuda de Cataluña, compren deuda, compren…”
El clan de los corruptos ofertando su deuda. Les compraron el chiringuito a unos payos que llevaban mucho tiempo. Un tal Rubalcasa y unas chicas muy poco tímidas de las que nunca se volvió a hablar -todos también personajes ficticios-. Dicen que había un Zapatero que te remendaba todo. Sin embargo, un buen día desapareció porque casi se lo comen vivo pues ni una suela, ni un filis, ni un cosido aguantó el primer invierno. Ni los cordones valían. Mucho le duró el puesto para lo malo que resultó ser.
Sí, como inversor pasé por ese mercadillo. Estuve tentado y reconozco que picoteé. Un poquito de bolsa a buen precio y algún kilito de deuda que tenía muy buena pinta. Pero… eso se acabó. El inversor foráneo difícilmente volverá a comprar en este mercadillo. Por lo menos en los puestos del final, los del olor a podrido y las cajas negras amontonadas. Los primeros ya tienen sello de garantía internacional y por lo menos ofrecen una oportunidad.
Y es que España es corrupta, porque es genético. Está en los genes del poder, los mismos que te inyectan cuando ostentas un cargo público y te dan un presupuesto o un bastón de mando. Es inevitable y no va a cambiar. No sé a los españoles pero a mí me importa un rábano si Rajoy recibe sobresueldos. Es más, casi hasta le creo. Pero que el presidente del gobierno diga que él personalmente no es corrupto no significa que en la larga estructura piramidal del partido no los haya. No se puede ser más infeliz diciendo que se publicarán los números, las auditorías del partido y las declaraciones de sus ilustres señorías. Pero señor Rajoy, el dinero negro o el que se cobra en B, es precisamente el que no aparece en las auditorias. El dinero negro es el que te permite un altísimo tren de vida pagado en metálico. Estúpidos son, que los hay, los que tiran de tarjeta y dejan el rastro. Pero qué se creerá que gana con estos mensajes.
Pues se lo voy a decir, a generar desconfianza. La palabra tan manida de su campaña electoral. Yo no confío en España, porque sus políticos, los de todos los partidos, de norte a sur y de este a oeste, todos, se ven salpicados tarde o temprano por estos execrables hechos. Personalmente siento vergüenza ajena. Y muy grande. Me acuerdo del tontorrón e inocente anuncio de Campofrío de las Navidades. ¿Se atreverán a hacer una segunda parte con las vergüenzas nacionales? Yo creo que no.
Desde fuera yo tampoco compraría deuda pública. Así que no se extrañe que la prima de riesgo escale o si en las subastas tiene que recurrir otra vez a los bancos, para que inflen sus balances con un poco más con deuda. Que para descontarla ya está el BCE. No se extrañe si se especula con la bolsa, pues aunque no sea cierto que se compre negocio en España sí lo es que es negocio español. Y en especial no confío en su partido ni en su política ni en su idea de solucionar todo a golpe de gravamen. Porque hasta la fecha lo único que se puede decir de su ajuste fiscal es que se ha soportado sobre una base de elevación de ingresos vía una insoportable mayor presión fiscal, sin que los gastos se hayan tocado en lo sustancial.
Que ustedes, los ministros, senadores, parlamentarios todos, cobren sueldos y dietas mientras haya un solo parado por encima del umbral de lo soportable, mientras haya una sangrante tasa de paro juvenil del 55%, mientras los gastos corrientes sigan inflados en un 30%, es tan aberrante que no merecen mi confianza.
En España, como en Italia o en Grecia, los episodios más nefastos de corrupción siempre han coincidido con escándalos políticos. Esta no va a ser una excepción. Ahora los oportunistas sacarán los sables y los habrá de muchos colores y sabores. Unos para querer hundir el país con sus tesis apocalípticas y otros que resurgirán cada vez que los mercados soplen a su favor. Esto no es un análisis dicotómico. El maniqueísmo de la política nos atenaza con puño de acero y ¿saben qué es lo que pasa? Nada. No pasa nada. En este país, la corrupción siempre caminará en la sombra.
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